Y nos hicimos río.
Me hago un torrente en el que también pueden sumergirse mis muertes
Camila Cardenas
10/21/20241 min leer
El cuerpo entrega el último respiro a las aguas sagradas del Ganga. Aguas que albergan miles de años de cantos, pujas(ofrendas), rezos, silencios. La piel puede aflojarse por completo y entregarse a morir, el esqueleto reposa cubierto por la musculatura sin vida. Los muertos son bañados en las aguas del Ganges y luego quemados en torres de madera que transportan en barcas. Me quedo por un rato sintiendo en mi cuerpo el agua de Ganga y como si estuviera muerta, sintiendo el efecto de redención en sus aguas. También yo soy la piel floja y la misma musculatura sin vida. Soy esos cuerpos dejándome morir. Descanso. Siento el descanso.
Soy el muerto y soy el río, soy el fuego y soy los rezos. También yo soy el agua que lava muertos, el agua a la que ofrendo, bendigo, canto, agradezco. Me hago agua sagrada. Me lavo de mi y me quemo de mi. Me hago un torrente en el que también pueden sumergirse mis muertes y mis cuerpos.
Me hice muerto ¿Cómo aprender a morir? Cómo aprender a confiar tanto tanto que la mente pueda desprenderse del cuerpo y el cuerpo pueda desprenderse del hueso? Aprendiendo a morir todos nos hicimos río. Aprendiendo a ser río todos nos hicimos rezo
Para los más científicos, recuerden ese experimento que hacen sobre el agua con palabras ofensivas y con palabras de amor y cómo cambian las moléculas de agua en ambos casos; ahora, piensen el efecto en el agua de un río alabado, bendecido, cultivado en plegarias de amor, diariamente ofrendado por miles y miles de peregrinos, sadhus, rishis. Esas mismas aguas, las aguas de la diosa Ganga reciben la muerte que llega y nos lleva. Por eso, lejos de que creas o no en uno u otro Dios, me pregunto por las aguas que somos y nuestra relación con ellas. Son mis aguas bendecidas, agradecidas, nutridas por el amor o estancadas, ignoradas, invisibles, desnutridas, vacías, sufrientes.