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¿Es la energía de la productividad una energía traumática?
En esta reflexión exploro cómo la energía de la productividad, tan celebrada en nuestra cultura, puede estar profundamente ligada a estados de activación constante y trauma. Desde el colegio hasta el emprendimiento digital, vivimos en un sistema que nos entrena para producir sin descanso. ¿Qué consecuencias tiene esto en nuestro cuerpo, mente y creatividad? ¿Y qué papel juega la Inteligencia Artificial en este ritmo acelerado? Una invitación a cuestionar, pausar y volver al descanso como camino de verdad.
Camila Cárdenas
7/15/20254 min leer


Primero empiezo con la primera parte de la pregunta: ¿Existe la energía de la productividad?
El otro día entré a un vivo en Instagram de una profe de yoga a quien le preguntaban cómo hacía para que le rindiera tanto el tiempo, para hacer tantas cosas: crear contenido, cursos para vender, subir podcasts, escribir blogs, ser mamá. Ella respondía: organizar bien el tiempo, tenerlo bien planillado. Otro chico recomendaba, para el manejo de redes, usar IA, quien produce contenido increíble que la gente va a querer ver. Ambos modelos responden a la urgencia de movimiento: tener bien planillado el tiempo, usar IA para ser productivo. Esto hablando del mundo de las redes y el emprendimiento. Nos vamos a la academia y es igual: la exigencia de estar publicando constantemente en revistas indexadas. Nos vamos a colegios y es igual: los profesores agobiados con informes, y los niños con trabajos, desde pequeños entrenados para un mercado que es competitivo y que nos necesita productivos. La energía de la productividad existe.
Vamos a la siguiente parte de la pregunta: ¿es una energía traumática?
Recuerdo que en la época del colegio, cuando empezaban las vacaciones, yo tenía una semana en la que quedaba desorientada. Sentía que tenía que estar haciendo algo, pero no tenía tareas, ya no tenía nada. Podía dedicarme a hacer nada, pero mi sistema nervioso quedaba un poco aferrado a la búsqueda de actividad.
En el primer módulo de formación en Experiencia Somática, la profe nos decía que pensar activa el sistema nervioso simpático: el sistema que se encarga de estar alerta, en respuesta, activo. Si pensar nos lleva a activarnos, imagínense todas las veces que ya paramos de trabajar pero nos quedamos pensando. Y adivinen si estamos realmente descansando ahí... Claro que no.
El estado de alerta que permanece prendido como un bombillo que no se apaga es, en definitiva, un estado traumático. Vivido desde ahí: desde la producción constante, el trabajo que no para, la mente que no para, el cuerpo que no sabe descansar. Todo lo que nos mantenga en estado de encendido constante es traumático, nos desgasta y nos agota.
Nos vamos entonces a la importancia de Savasana, esta postura en la que nos tendemos después de la práctica de yoga. Es tan importante porque le enseña a nuestro sistema nervioso: después de la activación viene la relajación. Hay cuerpos en estado permanente de activación, y entonces en estado permanente de tensión, dolor y cansancio.
La IA funciona porque vivimos con esa urgencia: urgencia de escribir más, tener grandes ideas, ser productivos, resolver problemas. Sabe de todo y hace todo. Es decir, nos resuelve el plano del hacer, de la teoría, del conocimiento. La IA funciona porque queremos velocidad, conocimiento, productividad. Si viviéramos en la sociedad opuesta, no le daríamos ningún valor. Pero en la que estamos, siempre surge algo por preguntar, y ya no solo estamos todo el tiempo pensando, sino todo el tiempo con el acceso a saber algo más, o a hacer una pregunta más.
Imagino qué diría mi profe sobre esto: la IA como una nube pensante que no para. Es decir, una mente colectiva que no para. Definitivamente celebramos la activación del sistema simpático, tanto que ahora tenemos una que piensa por nosotros. En los colegios nos enseñan a activar el sistema nervioso simpático, pero no nos enseñan nada sobre el sistema parasimpático, desde donde nos restauramos y recuperamos el equilibrio. Esto sigue dando argumentos a la idea que sostengo: admitir que vivimos educados para ser productivos.
Desde esta energía traumática, que está siempre buscando más ideas, mejores, más producción, no se activa el estado de calma y descanso. Y, por ende, estamos desde una parte de nuestro cerebro —racional, el neocortex— desde donde las ideas se cierran a la creatividad, las emociones y la intuición. Lo que la IA no resuelve y de lo que no entiende es sobre los tiempos de la creatividad, que requieren que estemos en un estado de descanso, con el sistema nervioso parasimpático activo. Es decir, no buscando respuestas racionales, sino accediendo a otro tipo de saber, que no nace siempre.
Desde el sistema nervioso simpático, siempre en ON, podemos tener siempre algo por decir o hacer. Pero la verdadera creatividad —la de la pausa y el silencio— esa no siempre tiene algo por decir, y cuando, en su debido tiempo, dice algo, viene acompañado de verdad. La verdad que nace, no de la urgencia, sino de la pausa.
Es así como terminamos este escrito dándole un lugar a la creatividad. La creatividad que guarda una voz que no se dice más o menos rápido, y que la IA no va a poder descifrar, nunca lo va a saber decir como tú lo quisiste decir. La creatividad como el fruto que la naturaleza nos dá en el debido tiempo. La confianza en los ritmos de la vida y en la observación de las abejas, que responden a un vuelo colectivo que poco a poco ni más o menos rápido, las cuida en alimento. Una acción que nace alineada, no con la productividad sí con la existencia.