journey to Oneness...
El arte de enfermar y acompañar la enfermedad.
¿Cómo enfermamos? ¿cómo acompañamos la enfermedad y la muerte? ¿cómo hacer de estos momentos oportunidades para seguir cultivando el amor y la unidad con el resto del universo?
Camila Cárdenas
11/17/20245 min leer


La enfermedad como oportunidad.
ENFERMEDAD. Si enfermar hace parte del camino de crecimiento, no entiendo por qué la gente se lamenta cuando alguien cercano enferma. Sería como decir, lamento mucho las oportunidades de crecimiento que te regala la vida.
MUERTE. Si la persona que murió vivió plenamente su vida, por qué se lamentan ante la persona(familiar, amigo) que tuvo el regalo de compartir la vida con ella y de verla viviendo al máximo. Sería como decir, lamento mucho que hayas tenido la oportunidad de compartir la vida con tu papá que vivió al máximo(su máximo posible) y con quien viviste al máximo(tu máximo posible).
Lamento
Mi viaje de un año largo en la India termina con una pulmonía que me encierra durante los últimos quince días en un cuarto. El objetivo de este escrito no es entrar en pormenos médicos y en posibles explicaciones del echo. Escribo estas letras ante el asombro que han provocado en mi las distintas reacciones de la gente al enterarse de que estoy enferma. Al final somos un espejo de cómo la sociedad acompaña la enfermedad y la muerte.
Una de las reacciones es el lamento. Nunca viví la enfermedad como un lamento y más bien me lamento de quien se lamenta de mi. El lamento es un acto, una emoción, un algo que no sé definir muy bien y que me resultó nuevo, me desorientó, era la primera vez que reaccionaban con pesar hacia una condición que a mi me resultaba completamente natural. Me desubicó tanto que me cuestionó, ¿es mi estado lo suficientemente trágico para lamentarse? ¿Qué es lo suficientemente trágico? Para mi la vida, la salud, la enfermedad y la muerte son la misma cosa, no pueden ser causa de pesar ni son nunca una tragedia, el sufrimiento es también parte de la vida. Pero me pusieron un espejo entre las tripas, o mejor decir entre los pulmones, que me hizo preguntar si tenía que estar sintiendo pesar de mi. Entonces escribí esto en respuesta al lamento, que por cierto no he sentido nunca hacia mi ni hacia ningún otro:
"No te lamentes, estoy tan saludable
que mi cuerpo sabe cuando hay algo que no es suyo y empieza a mandar toda clase de alarmas que lo protegen.
No te lamentes, estoy tan saludable que mi cuerpo, mi ser, saben del tiempo de volver, del tiempo de despedir, del tiempo de descansar. Incluso más de lo que yo pensaba que sabía.
No te lamentes, estoy tan saludable que las bendiciones llegan a través de un cuerpo que me recuerda que está vivo.
No te lamentes. Estoy tan saludable que puedo recibir en igual perfección cualquier camino del universo, cuando me quiere en India, cuando es suficiente y necesito familia y también cuando se haga tiempo de volver a partir.
Algunas veces mi cuerpo es más sabio y enferma, pero no es algo que lamento, es un llamado a escuchar. Entonces vuelvo a preguntarme, ¿Es mi salud un estado de lamento?"
Decisiones definitivas
Otra de las reacciones ante la enfermedad y las decisiones que ella trae consigo, son las preguntas por lo definitivo, por las decisiones que tendría que tomar ahora. ¿Vuelves a Colombia definitivamete? ¿Te quedas en India de por vida? Me pregunto, quién toma una decisión cuando todos sus recursos están puestos en recuperar el equilibrio que el cuerpo perdió y está intentando reestablecer. Otra vez me asombro, es así como acompañamos y como también nos exigimos vivir, bajo el miedo que generan las decisiones que se hacen definitivas y que a los ojos de los otros tienen que verse como decisiones tomadas pensando en el resto de la vida, pero es que acaso ¿hay algo definitivo?
Enfermedad, unión
Entendí por qué, durante mi recuperación, había adquirido el hábito de ver la foto de mis perros, o de mi gato y si no, de sentirlos muy muy cerca. Entendí que seguramente mi gato no se lamentaría pero sí sabría que mis pulmones estaban necesitando de la emisión de sonido de otros pulmones que llamaran con su ronroneo a los míos. Entendí por qué el perro de la guest house me visita, al que siempre ponen una mancha roja en el entrecejo para que se le abra el tercer ojo, él tampoco se lamenta pero quiere darme su presencia. Él también sabe que su presencia basta y que el simple echo de respirar cerca, alienta a mis pulmones a unirse a él y volver a respirar juntos. Mi gato, mis perros, el perro de la guest house, los árboles de la pequeña montaña de enfrente, quieren volver a respirar conmigo.
Cuando ya estaba un poco más recuperada y podía salir y caminar tres calles sin sentir que mis pulmones iban a estallar fatigados y sin aire, salí al vecindario que siempre tiene vacas libres caminando por las calles. A ellas no podía darles besos como antes ni acariciarlas como antes, tenía que pocurar hábitos de mucha higiene(lo hice durante un año así que no fueron las vacas las responsables de la infección). Ellas sabían que no podía tocarlas y extrañaban mi amor en forma de caricias. Así que se acercaban y también respiraban suavemente, no resoplaban ni estornudaban, tal vez ellas también sabían que tenían que procurarse ciertos hábitos de higiene. Y permanecían ahí unos segundos. Y yo también permanecía ahí, uniéndome con su respiración y los rayos del sol que nos tocaban a ambas, la piel de la vaca, mi piel, nuestras pieles. Si existe en la tierra otro ser vivo que no puede respirar, el universo sabe, porque la respiración de la tierra respira con todos los pulmones de la tierra y mis pulmones se habían echo charcos, musgos inundados que podían empezar a podrirse y estancarse. El universo, las vacas y el perro sabían que había un par de pulmones que hacían que la respiración de la tierra tuviera un pequeño hueco. Por eso el sol necesitaba acariciarme y las vacas necesitaban acompañarme.
Recibí presencia, no había lamento, sólo aguardaban acompañando mi propio estado de espera, de escucha. Hacían lo mismo que yo hacía con mis pulmones, abrazar. Yo sentía mis pulmones como dos niños con tosferina, esa que mataba a los niños en los Inviernos de paises con nieve, o yo nunca escuché de la tosferina en mi país y por eso la imagino solo en paises blancos y fríos. Yo me había convertido de pronto en una madre de dos niños con tosferina. Así que tenía que envolver siempre en mantas a mis niños que ya no tosían, ya no lloraban pero que estaban cansados, entre las costillas en algunas inhalaciones recibían una sensación de cuchillos desgarrándolos que los hacían doler callados. Los niños se fueron haciendo más fuertes y se fueron recuperando hasta que me olvidé que era madre y ya solo volví a tener pulmones.
También mi mamá me acompaño de lejos, con la presencia perfecta de mis perros, mi gato y las montañas lejanas y vecinas, igual que ellos, ella se dedicó a recordarme las ramas que habitan por encima de mi, interconectadas y organizadas en una sincronía perfecta que sostiene los pulmones de todos en el planeta de maneras más sabias. Ella siempre me recuerda de ese tejido más sabio que existe más allá de mi y que me contiene como nos contiene a todos.
Sus rezos y nuestros rezos unían los brazos y abrazos de mis madres, con las narices de mis perros, los ojos de mis abuelos, el agua de mis ríos, y la luz del sol. Unidad de rezos, bosques, piernas, lenguas y raíces.
Cultivar el amor también en los momentos de miedo, enfermedad, sufrimiento, recibirlos como oportunidad para afianzarnos en gratitud y acercarnos fuertemente a la unidad que somos. Entonces podemos decir que durante la enfermedad también podemos estar en yoga, en unión, en unidad con el universo.